La Famosa Soledad del Entrenador. Episodio 1
Saludos mis querid@s amig@s voley adict@s y sed bienvenid@s al Episodio 1 de una saga de artículos que prometo redactar con alma y corazón, y con la firme intención de servir como experiencia y aporte a tod@s aquell@s que día a día os ponéis frente a un grupo de deportistas para, no solamente transmitirles conocimientos, sino convencerlos de que vuestra propuesta es válida para lograr los objetivos, ejerciendo de líderes, lo que sois.
Y antes de empezar, deciros que soy consciente de que estos artículos pueden hacer sentir incómod@s a mas de un@, pero me interesa mucho más, compartir mi propia experiencia, así como la visión de un aspecto sobre el que se frivoliza en muchos casos y se infravalora en otros, la salud mental del entrenador de voleibol.
Por ello, dedico este ratito a las 3 personas que me apoyaron siempre, que han sido y son esenciales en mi dia a día y por los que me pregunto siempre “que harían ellos en ciertos casos”, o que puedo hacer para que estén mas orgullosos de mi, y son mi abuelo, mi madre, ya en el cielo ambos, y mi hermano, son todo lo que soy y LOS AMO.
Es muy habitual leer o escuchar que hasta que no se toca fondo no somos conscientes de que tenemos un problema y que por sí solo no se va a resolver, todo lo contrario, posiblemente nos provoque un daño con terribles consecuencias a futuro, tanto a nivel de salud corporal como en nuestro estado de ánimo y autoestima.
Yo voy a utilizar mi “hundimiento personal”, es decir, el día que toqué fondo, como arranque de esta colección de artículos donde no pretendo señalar ni eludir responsabilidades en todas las experiencias vividas, todo lo contrario, he aprendido que muchas cosas dependen mas de mí de lo que pensaba, pero hay otras que provocan un deterioro anímico considerable si no se toman medidas a tiempo.
Fue tan importante esa ruptura entre mi voluntad y mi pasión que necesité tiempo y ayuda para reconstruir muchas cosas dentro de mí y comprender que me necesito todos los días para cuidar mi pasión y mi dedicación, con mis aciertos y mis errores, y que el voleibol del que me enamoré con 9 años, es mas hermoso que la gente que lo maltrata.
No hace tanto me llegó la posibilidad de trabajar en un proyecto de mucho nivel donde iba a poder disfrutar del mejor voleibol rodeado de profesionales destacados, dando un salto cualitativo considerable a mi carrera como entrenador de voleibol y donde se me iba a exigir al máximo, estando convencido de estar listo para asumirlo.
Era consciente de la dificultad, conocía la situación en la que se encontraba el equipo, pero en cuanto supe que este reto era una realidad no lo dudé, lo acepté y puse todo de mi para que las cosas salieran bien, e incluso dejando como secundarios aspectos como el sueldo, la casa, etc..
Desde el primer día ya se notaba que la cosa no iba a ser nada sencilla y es que bastantes aspectos con los que ha de contar un equipo profesional no existían y el grupo estaba bastante lejos de las condiciones ideales con las que se debería de trabajar para tener garantías reales de competir por los objetivos.
El equipo era ya consciente de todo esto, no era ajeno a lo que ocurría y lo que podría desencadenar, y me lo planteaban casi a diario, y como recién llegado que era, trataba de entender lo que el equipo demandaba así como la realidad de la entidad y sus posibilidades de hacer frente a todo esto.
Siempre creí que con esfuerzo, voluntad, trabajo constante, comunicación, o sea, todas las historias que aprendemos en las películas de Disney o en los cursos de entrenador, las cosas saldrían adelante y estoy seguro que todos pusimos de nuestra parte, no me cabe duda, pero no, no funcionó de ninguna manera y todos los intentos que se hicieron fueron estériles y como suele ocurrir en estos casos, el que peor sale parado es siempre el mismo, el entrenador, responsable principal de la marcha del equipo y de los malos resultados.
Si bien es cierto que pude contar con la colaboración de un asistente y un preparador físico durante un tiempo, la mayor parte de la temporada estuve solo al frente del equipo en todos los aspectos, a lo que hay que unir una directiva muy inexperta y con muy poca capacidad de tomar decisiones a la altura de la competición y con 0 apoyo al entrenador, me sentí como una figura que tenía que estar ahí para cubrir el expediente.
Además de esto, el equipo necesitaba ayuda como el comer ya que el grupo de jugadoras era maravilloso pero faltaban piezas que lo convirtieran competitivo realmente, el tiempo de cancha era insuficiente, ni 8 horas semanales, una competición muy exigente y dura que requería de cosas que no teníamos, entre otras cuestiones que formaban una combinación ideal para deteriorar mentalmente a muchos de los implicados.
El paso de las jornadas y los malos resultados iban provocando que las carencias fueran cada vez mas notables y con ello el distanciamiento entre todas las partes, club, equipo y entrenador, y eso todo lo sentíamos, no éramos ajenos a la incomodidad y no era sencillo abstraerse de esta dinámica.
Personalmente, mi día a día se estaba convirtiendo en poner tiritas a grietas enormes en el casco del barco aún sabiendo que el agua entraba por todos lados, y que el final no iba a ser muy positivo.
Sabiendo que dependíamos de una importante concatenación de decisiones y desenlaces poco probables para que todo cambiara, me planteé un nuevo objetivo, una nueva prioridad que terminó por condenarme a mí mismo y hacerme caer en un estado personal bastante complicado.
Ese objetivo fue el de tratar de acabar todos juntos la temporada, los que la empezamos terminarla, y hacerlo con el menor balance de daños posible, y a partir de ahí valorar nuevos horizontes profesionales.
Con el tiempo entendí que esta decisión la ideé yo mismo para no “intervenir” o meterle mano al grupo que lo estaba pidiendo a gritos, y que pudiera volver al camino de la lógica y necesaria disciplina y del respeto entre todos los que integrábamos el equipo.
La tomé cobardemente para no generar situaciones de conflicto y no hacer frente a nada, todo valía aunque yo fuera “pisado” y menospreciado ya de forma casi constante, y sin pretenderlo provoqué una pequeña Anarquía y que el grupo tomara decisiones por sí solo.
A esas alturas yo ya era consciente que la directiva no iba jamás a entrar a apoyar mi posible decisión de prescindir de una jugadora, y lo que es peor, las consecuencias de haberlo decidido podría haber provocado la marcha de alguna otra, ya que el núcleo duro del grupo era sólido, no de forma positiva, pero ya era tarde para retomar el mando……yo lo generé o fui cómplice de su génesis.
Todo lo que había sido parte de mi seña de identidad en mi carrera como entrenador, mi personalidad competitiva, estricto, disciplinado, duro, a veces demasiado, lo estaba apartando para dejar paso a un tipo apático, miedoso, permisivo, tolerante con cosas con las no debemos serlo nunca, indisciplinado,,,,,,, y todo por no querer o saber enfrentarme al grupo, por no tomar decisiones que requiere un equipo deportivo donde el técnico, como líder, guía el camino y establece las pautas.
En definitiva, disfrutar, aprender y enseñar ya habían quedado en un cajón, y esa cobarde decisión de seguir al frente del equipo tan solo por no “ser noticia” de renuncia, de dimisión, de abandono que me podrían perjudicar en el futuro, me hicieron caer hondo y sufrir de un modo que no estaba ni preparado ni pensaba que podría como entrenador de voleibol.
Sufrí lo que no os podéis imaginar, sentía ansiedad al entrar al pabellón, me temblaban las piernas a 10 metros de la pista, saludaba tan solo esperando ver una cara de amabilidad en las jugadoras y algún gesto de complicidad para conmigo que, obviamente, nunca llegaría, tan solo de condescendencia y educación, miraba mi reloj cada 10 minutos esperando llegara pronto el final, me daba un pánico enorme el diseño de la sesión de entrenamiento por miedo a su reacción y no aprobación.
Hoy estoy seguro que toda esta situación tan precaria yo lo transmitía al grupo, estoy seguro, algo que agrandaba el ego del equipo cada día, y como prueba, el hecho de decirme abiertamente que un ejercicio no valía de nada y cual era el objetivo de hacerlo (sacar y recibir).
Tal era mi miedo que en los partidos no quería pedir tiempos muertos puesto que no sabía que decir, tenía jugadoras que se miraban y reían entre ellas mientras yo trataba de dar algo de información, y al darme cuenta de eso, tan solo asentían para mantener las formas, por lo que el simple hecho de solicitar un tiempo muerto de 30 segundos o entre set y set se estaba convirtiendo en un auténtico suplicio.
Paralelamente a mi deterioro psíquico estaba el fisico y tanto padecer esta situación me estaba produciendo una úlcera que me provocaba un dolor que iba cada vez a más.
Este dolor fue acuciante teniendo el punto álgido un miércoles, lo recuerdo perfectamente, días antes de recibir en nuestra cancha al mejor equipo de la categoría lo que siempre es un estímulo a pesar de competir en una situación poco equilibrada.
Ese miércoles, justo al salir del entrenamiento tuve que visitar Urgencias del Hospital ya que el dolor era insostenible y tan solo la medicación me daba algo de calma pero no mitigaba la incomodidad que me generaba el voleibol en ese momento.
Esta situación de salud me privó de poder entrenar con el equipo tanto el jueves como el viernes, y es que tuve que ser algo egoísta y previsor al mismo tiempo, por un lado, mirar por mi salud, y por otro, tratar de reposar lo máximo posible para llegar al partido del domingo por la mañana.
El sábado en la tarde tuve una pequeño empeoramiento que me hizo volver al hospital de nuevo para recibir atención de urgencia.
La medicación que me dieron debió ser “potente” puesto que al poco de tomarla me sentí bastante aliviado y creí estar en condiciones óptimas para ir a la mañana siguiente a dirigir al equipo en la cancha.
A pesar de mi buena predisposición para dirigir el domingo, había hablado con una gran compañera del club, siempre se portó muy bien conmigo y le agradezco su cercanía conmigo, para que me pudiera ayudar durante el partido, y le pedí esa ayuda no solo por mi situación de salud sino por la ya habitual con el equipo de falta de seguridad y alejamiento con las jugadoras.
De madrugada y como suele ocurrir en muchos casos los efectos de la medicación fueron desapareciendo y el dolor se hizo presente de nuevo, por lo que volví a tomarla, algo que me provocó mucho sueño y quedarme dormido a la mañana siguiente.
El partido era a las 12 del mediodía y abrí los ojos sobre las 1600 horas, por lo que no pude ir al partido, como habéis podido leer por cuestión de la medicación y el sueño que me generó.
¿Pensáis que leí algún mensaje afectuoso por interés en mi salud?. ¿Creéis que alguien se interesó en lo que había ocurrido además de la propia entrenadora que me ayudó?. Nadie
Encendí el teléfono y no se cuántos mensajes habría pero todos los que leí eran basura, me hicieron sentir vergüenza leyendo reproches, menosprecios, algún insulto por parte de algunas jugadoras que estaban esperando lo más mínimo para soltar ira mediante los dedos.
No entendí ni entiendo como se puede llegar a ese extremo, y es que yo puedo ser el peor entrenador del mundo, hacer las cosas mal como técnico pero hay ciertos límites que no podemos cruzar y en este caso se cruzaron y mucho.
Este es mi fondo, el cual toqué y de donde me costó mucho salir no sin ayuda. Tras este lamentable episodio logré terminar la temporada de la forma mas honrosa y decorosa posible, pero con tremendas dudas sobre mi capacidad de dirigir un equipo de voleibol, dudas sobre lo que es trabajar en este entorno, dudas sobre “la mierda” que hay alrededor del deporte de alto rendimiento pero con algunas certezas también, por supuesto.
Un entrenador necesita sentir apoyo por parte de la directiva para tomar decisiones, necesita un staff técnico en el que acudir en busca de información y con el que apoyarse para decidir, necesita creer en su criterio, en sus valores, en su experiencia, en sus conocimientos, creer en sí mismo y sentir que controla el escenario.
No tenemos el poder de convencer a tod@s con una palabra ni con el CV en mano, el jugador actualmente ha crecido en muchos aspectos, y uno de ellos es el egoísmo y una mala perspectiva de su posición dentro de un equipo de voleibol.
Tenemos muchas horas por delante para hablar sobre la soledad del entrenador y para intercambiar opiniones y experiencias de lo que ocurre en cada banquillo.
Los cursos solo sirven para decirnos como debiera ser un entrenador, es cierto que transmiten mucha información muy valiosa, y nos enseñan TEORÍA de la PSICOLOGÍA y la DIRECCIÓN DE EQUIPOS, pero no nos enseñan las miserias de esta profesión, lo cruel que puede ser un deportista poco comprometido, lo difícil que puede ser el simple hecho de pedir un tiempo muerto o diseñar una sesión de entrenamiento.
La mejor manera de “estudiar al rival” es hablando con colegas, amig@s, intercambiar opiniones, experiencias, rodearte de gente que crea en ti, estudiar diariamente, amar la profesión pero siempre, por encima de todo es CREER EN TI, no dejes de hacerlo nunca, y en cuanto te llegue una mínima duda, no tengas miedo en pedir ayuda.
Somos entrenadores de voleibol, no super héroes aunque a veces necesitamos creer que lo somos para solventar situaciones mas duras de lo que la gente piensa.
Desde aqui te invito a que sigas leyendo muchos artículos que tengo en esta web para vosotr@s donde comparto estas experiencias.
